En silencio y a oscuras, me quedé con mi Dragón mirando la
chimenea todavía apagada, hace demasiado calor todavía para que chisporroteen
sus troncos. Pero la echábamos de menos. El dragón insistía en abrir todas las
ventanas y así tener una excusa para ponerla pero lo miré como miran las madres
con cariño mientras niegan con la cabeza.
-Sí, realmente sería un poco absurdo- dijo agachando la
cabeza.
Pero le entendía, los dos adorábamos la chimenea, no sabía
por qué, quizás es su olor, la calidez más allá del fuego, las sombras que
rellenan las paredes al compás de las llamas, los recuerdos del último invierno con mi soledad dulce y mi
dragón, compartiéndome entre las paredes de mi salón. Y cada vez que miro el
hueco de mi maravillosa chimenea, me devuelve a ese instante conmigo, en el que
me encontré y disfruté hasta amarrarme el alma a la vida presente y no desear
estar en ningún otro lado.
El final del invierno, tras un tratado de paz conmigo misma,
rebusqué entre mis cajas de recuerdos y
hallé una carta que me había escrito, naturalmente la leí delante de mi
chimenea, confidente de todas mis andanzas en solitario en esos gélidos meses.
La leí, la leí sin dar crédito a mis antiguas palabras, sin poder creer que
esas líneas hubiesen sido tatuadas por mí en el papel. En ellas me decía quién
querría ser en diez años. Miré mi reflejo en la pantalla de la televisión
apagada, me levanté despacio y acaricié
mi reflejo.
Curiosamente era más
de lo que pudo imaginar. Todos tenemos la sensación de tener algo que perdonarnos,
algo en lo que fallamos.
Pero mientras las yemas de mis dedos tocaban el opaco
cristal, mas allá de toda razón, en algún lugar sin nombre de mi interior,
entendí por fin que no había nada que perdonar, que cada paso había sido
necesario y merecido para que me gustase el reflejo en el cristal. Así acabó mi
último invierno, quitándome un enorme peso de encima. Así apagué mi última
chimenea.
Y dentro de poco la
volveré a encender, esta vez “en buena
compañía”, sabiendo que seguiré creciendo, que seguiré errando pero también
aprendiendo. Tanto yo, como mi dragón, como tú, que estás leyendo esto, también has necesitado todo lo vivido para ser
quien eres.
La pregunta es si te gusta tu reflejo en el cristal, si es
así, suelta cargas; si es que no, suéltalas también y busca la manera de
encontrarte.
Siempre se está a tiempo para que te guste tu reflejo en el
cristal.
Feliz temporada de cálidas chimeneas.
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