Lo que tiene tener amigos “giris es que hacen fotos de una ciudad que ya tienes muy vista y te dan un punto de vista distinto. Recuerdo una ocasión a una amiga polaca y adicta a su inseparable Réflex me enseño una de sus fotografías desde una perspectiva que hacía tiempo tenia oculta en esa biblioteca polvorienta que archiva mis recuerdos y que a veces al ver, oler o tocar algo hace que uno de los archivos salga disparados de la estantería y abra sus hojas cuando aterriza con el suelo.
Algo tan tonto como…”El Palacio de Montjuic”. Recordé que cuando era pequeña y el mundo me parecía aún más grande de lo que me parece ahora me asomaba a la terraza de mi casa y lo veía entre los barrotes blancos, mentalmente me trasladaba ahí sin más intencionalidad que la curiosidad de algo que destacaba entre los edificios setenteros que le rodeaban, las viejas azoteas adornadas con antenas y algún que otro pajarraco que circulaba por ahí.
Subía
y lo contemplaba en silencio para inventar historias sobre ese extraño lugar y
su enorme cúpula o solo para soñar que algún día lo vería de cerca. Pero jamás
me esforcé en ir. Quizás porque la fantasía( a veces) es mejor que la realidad.
Ya de mayor lo visite en infinidad de ocasiones sin caer en el hecho de que era mi rincón secreto. Desde la distancia de mi recuerdo era distinto. No era un simple palacio, era una incógnita que vivía en el horizonte de una curiosidad que prefería seguir existiendo.
Al ver la foto, sonreí y le explique todo esto a mi querida amiga, caí en la cuenta de que esa niña que miraba a través de los barrotes ya había podido tocar los muros de ese rincón tan lejano. Entendí que el horizonte lo puedes tocar, solo hace falta algo de tiempo.
Ahora puedo seguir pensando, soñando e incluso inventando historias sobre ese lugar, pero esta vez desde la cercanía de sus húmedos muros acurrucada en la piedra cercana que antaño nunca creí poder tocar.
¿Qué horizonte se acercará a mi mañana? En la incertidumbre esta mi sonrisa.
Ya de mayor lo visite en infinidad de ocasiones sin caer en el hecho de que era mi rincón secreto. Desde la distancia de mi recuerdo era distinto. No era un simple palacio, era una incógnita que vivía en el horizonte de una curiosidad que prefería seguir existiendo.
Al ver la foto, sonreí y le explique todo esto a mi querida amiga, caí en la cuenta de que esa niña que miraba a través de los barrotes ya había podido tocar los muros de ese rincón tan lejano. Entendí que el horizonte lo puedes tocar, solo hace falta algo de tiempo.
Ahora puedo seguir pensando, soñando e incluso inventando historias sobre ese lugar, pero esta vez desde la cercanía de sus húmedos muros acurrucada en la piedra cercana que antaño nunca creí poder tocar.
¿Qué horizonte se acercará a mi mañana? En la incertidumbre esta mi sonrisa.
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