Por fin, pese a estar en
estado de alarma, podíamos salir a pasear y ver comercios abiertos,
ya no eran solo los quioscos y las farmacias las que nos ayudaban a
no pensar en un presente apocalíptico de calles desiertas, poco a
poco las calles se llenaban de ruido pero sobretodo se veían
abiertas las terrazas de algunos bares valientes.
- ¿Podemos sentarnos a tomar una caña?- preguntó el dragón con la expresión de un niño queriendo subirse en el una gran atracción.
- He salido sin dinero Dragón, solo íbamos a dar una vuelta con los perros.
- Bueno podemos dejar al bicho negro en depósito.
- ¡¡Guau!! - respondió Ami con tono de desaprobación.
- Dragón te prometo que mañana tomamos algo pero hoy prefiero ver este nuevo-viejo mundo como una espectadora.
Y así lo veía, tras
tantos días de bajar con cierto reparo a comprar lo básico, a sacar
a los perros casi de puntillas y con rapidez y ver las calles
fantasmagóricas y silenciosas, ya ni recordaba como eran. Ya no
recordaba ni echar de menos a todos aquellos a los que a diario
simplemente saludaba.
Y hoy ese primer día,
aún y con medidas de seguridad, haciendo gestos de saludos más
efusivos que nunca, las calles me parecían un fiesta, un gran
fiesta, como si estuviésemos celebrando algo, la gente pese a la
distancia hablaba, reía y brindaba sus copas con en el aire.
Habíamos adaptado nuestra esencia a la nueva realidad, pero solo
eso, nosotros seguimos siendo iguales, seres humanos siendo
felices.
Ya no recordaba que era
así normalmente, hoy parecía una fiesta sí, pero en realidad era un
día como cualquier otro antes del 9 de marzo. Antes de que el rumor
de confinamiento empezase a colarse en nuestras vidas como una
irrealidad que ya no era tan imposible.
Entonces recordé las
palabras de una mujer a la que admiro profundamente, la mujer de un
gran escritor que murió por el coronavirus no hace ni un mes. Ella escribió una hermosa reflexión en la prensa local que me lleno los
ojos de lágrimas pero fue la última frase la que robó un
espacio en mi caja interior donde guardo las cosas más auténticas,
inolvidables y bellas . “Eramos felices y no lo sabíamos” Eramos
felices cada día en esas terrazas rebosantes de risas y
tranquilidad, eramos felices hablando con los vecinos y amigos de
todo y de nada, eramos felices y no lo sabíamos.
Sin perder el norte de la
dura realidad que nos podía estar acechando en el futuro inmediato,
durante ese paseo con el dragón visité mi ciudad como una
espectadora agradecida y a las ocho aplaudí si, pero hoy lo hacia
por la maravillosa función que había visto en las calles esa
preciosa tarde de una primavera casi robada por el confinamiento que
poco a poco despertaba un ciudad dormida y volvía a ser feliz ,
probablemente sin saber que era feliz...¿O sí lo sabían?
Yo sí y como yo seguro
que tú también querido lector, seguro que miraste a tu alrededor
agradecido de que te hubiesen devuelto algo robado, “la
normalidad” pero una normalidad llena de personas despertando de un
letargo extraño en la que ya no eramos los mismos. Ahora eramos
mejores porque sabíamos una gran verdad. Que eramos felices y lo
sabíamos. Y eso señores ya no nos lo podrán robar. Ese
recuerdo, ese poder de reconocer cuando algo esta bien o algo esta
mal no nos lo pueden quitar. Pueden intentarlo pero es imposible que
no sepamos cuando somos felices con esas pequeñas cosas que nos
hacen ser humanos, maravillosamente imperfectos , con una gran
capacidad de resistencia y de ser felices incluso cuando no lo
sabemos.
Mi querido lector te
deseo que seas muy feliz pero sobretodo te deseo que siempre lo
sepas.
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